Hubo una vez un lugar en que la razón y la tecnología eran palabras desconocidas, en un tiempo en donde el espanto y la maravilla eran hechos cotidianos. Podían ser brujos, duendes, vírgenes o fantasmas pues fuesen lo que fuesen eran una realidad tangible como la guerra o la muerte.
En 1545 el mismo Pedro de Valdivia describía como la Virgen María cae "dentro de una redonda centella" en medio del territorio mapuche, para disuadir a los mapuches de atacar a los españoles, hecho que más parece digno de la Ufología que de la mística. En otra ocasión nuevamente la madre de Cristo, esta vez al parecer mas enfadada, ataca en vuelo rasante 3 veces a los guerreros de Pelantaru "poniéndoles asombro con su vista" haciéndolos huir, esto en el año 1599. Los duendes también habíanse al parecer venido en el barco que trajo a los españoles a América pues uno de ellos sale en forma de Perro Negro del oído de una pequeña mapuche tras el enérgico trabajo de exorcismo realizado por el padre Mascardi con una imagen de San Ignacio en Mayo de 1653. También el Santo Varón franciscano Pedro Bardeci fue torturado por la presencia de otro enano maléfico que se columpiaba con descaro frente a un espejo en casa del venerable. En ese mismo año el mulato Ramón, ofrece 2.000 pesos de la época a quien pueda velar su cuerpo en el cerro San Cristóbal, para impedir el cumplimiento de su fatídico pacto con Satán.
Terror generalizado eran sin embargo los oscurecimientos del cielo, como el eclipse total de 1804 o en el caso de las tinieblas provocadas por erupciones volcánicas. Aún así esto no era nada comparado con la famosa casa encantada de la ciudad de La Serena que fue "despenada" por el famoso sacerdote Baltasar de Piñas (quien una vez detuvo una tormenta introduciendo al mar una reliquia de San Matías) después de enfrentarse en feroces pleitos con los fantasmas a quienes finalmente logro sumir en el lugar "menos pulcro del Claustro". Ya que hablamos de apariciones, no se puede dejar de mencionar el anima del Cabo Soto, que se paseó por las calles de Santiago en 1852 bajo el nombre del anima de la Artillería; o del mismísimo Jesús en persona quien provoca la conversión de muchísimas personas que lo vieron con indiscreta curiosidad en Concepción caminando por la playa de la desembocadura del Vivió. Es sin embargo la que se lleva la palma de las apariciones celestiales la del joven Diego López de Salazar quien en 1595 aseguraba recibir la visita de Dios Padre en persona en su celda del convento de la Compañía, según el mismo aseguró en su lecho de agonía. Para no ser menos, el Diablo a fines del siglo antepasado se presenta en los tejados de una casa de Valparaíso ante policías y numerosos testigos a reclamar el alma de algún ambicioso y asustado contrayente, en cuyo domicilio nuestro demonio poso sus alas "Tan horrible y demacrado, de la estatura muy rara" según lo describen los periódicos populares de la época.
Como nos hemos percatado en este rápido vistazo a nuestra "petite historie", fuerzas subterráneas pugnan arriba y debajo de nuestros pies conviviendo con nosotros en una dimensión paralela. Podemos intentar racionalizar, pero en nada las influiremos ya que siempre seremos solo sus asombrados espectadores.
En 1545 el mismo Pedro de Valdivia describía como la Virgen María cae "dentro de una redonda centella" en medio del territorio mapuche, para disuadir a los mapuches de atacar a los españoles, hecho que más parece digno de la Ufología que de la mística. En otra ocasión nuevamente la madre de Cristo, esta vez al parecer mas enfadada, ataca en vuelo rasante 3 veces a los guerreros de Pelantaru "poniéndoles asombro con su vista" haciéndolos huir, esto en el año 1599. Los duendes también habíanse al parecer venido en el barco que trajo a los españoles a América pues uno de ellos sale en forma de Perro Negro del oído de una pequeña mapuche tras el enérgico trabajo de exorcismo realizado por el padre Mascardi con una imagen de San Ignacio en Mayo de 1653. También el Santo Varón franciscano Pedro Bardeci fue torturado por la presencia de otro enano maléfico que se columpiaba con descaro frente a un espejo en casa del venerable. En ese mismo año el mulato Ramón, ofrece 2.000 pesos de la época a quien pueda velar su cuerpo en el cerro San Cristóbal, para impedir el cumplimiento de su fatídico pacto con Satán.
Terror generalizado eran sin embargo los oscurecimientos del cielo, como el eclipse total de 1804 o en el caso de las tinieblas provocadas por erupciones volcánicas. Aún así esto no era nada comparado con la famosa casa encantada de la ciudad de La Serena que fue "despenada" por el famoso sacerdote Baltasar de Piñas (quien una vez detuvo una tormenta introduciendo al mar una reliquia de San Matías) después de enfrentarse en feroces pleitos con los fantasmas a quienes finalmente logro sumir en el lugar "menos pulcro del Claustro". Ya que hablamos de apariciones, no se puede dejar de mencionar el anima del Cabo Soto, que se paseó por las calles de Santiago en 1852 bajo el nombre del anima de la Artillería; o del mismísimo Jesús en persona quien provoca la conversión de muchísimas personas que lo vieron con indiscreta curiosidad en Concepción caminando por la playa de la desembocadura del Vivió. Es sin embargo la que se lleva la palma de las apariciones celestiales la del joven Diego López de Salazar quien en 1595 aseguraba recibir la visita de Dios Padre en persona en su celda del convento de la Compañía, según el mismo aseguró en su lecho de agonía. Para no ser menos, el Diablo a fines del siglo antepasado se presenta en los tejados de una casa de Valparaíso ante policías y numerosos testigos a reclamar el alma de algún ambicioso y asustado contrayente, en cuyo domicilio nuestro demonio poso sus alas "Tan horrible y demacrado, de la estatura muy rara" según lo describen los periódicos populares de la época.
Como nos hemos percatado en este rápido vistazo a nuestra "petite historie", fuerzas subterráneas pugnan arriba y debajo de nuestros pies conviviendo con nosotros en una dimensión paralela. Podemos intentar racionalizar, pero en nada las influiremos ya que siempre seremos solo sus asombrados espectadores.
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