En el Chile de antaño se creía que en los gatos negros encarnaba el Diablo, o que estos atraían la desgracia a las casas que los acogían. Sin embargo la maldición desaparecía si el gato negro era adquirido siendo robado por su nuevo dueño. En Valparaíso era común ver que la gente arrancaba los ojos a los gatos de este color, para llevarlos para la suerte. En la localidad nortina de Huasco se creía que la pesca sería buena si aparecía al comenzar la faena, el cadáver de un gato flotando en el agua. Además se pensaba que si un gato se "afeitaba", es decir, se lamía la cara, era señal que se recibirían visitas; lo mismo se creía en Argentina, España, México y muchos otros países.
En el antiguo Egipto el gato recibía el nombre de "Mau" palabra que también significaba Ojo, incluso era adorado en la figura de la diosa Bastet, la gata. Según el testimonio de Heródoto, las fiestas anuales de Bastet tenían lugar en Mayo en el gran templo de Bubastis, situado en el delta del Nilo. Esta fiesta atraía a miles de fieles llegados de las regiones más lejanas. La gente se emborrachaba de música y vino entregándose a desenfrenos sexuales. El sentido de la fiesta es claro: se trataba del rito de renovación periódica del mundo, la victoria de la vida sobre la muerte, de la primavera sobre el invierno. Es así como el gato pasa de ser un elemento ordenador del mundo (Bastet encarnaba la benevolencia divina), a una representación agraria de tipo orgiástico. Esto nos puede explicar algo de la hostilidad que posteriormente el cristianismo demostraría frente a este pequeño felino.
A diferencia de Occidente, Oriente siempre consideró benéfico al gato. En Indonesia o Camboya, se sumergía al gato en charcas para apremiar a los dioses a que enviaran agua para los sembrados. En China se enterraba a los gatos muertos en el campo para garantizar buenas cosechas, y se le respetaba como cazador de roedores perjudiciales. En el Oriente era considerado además como un signo de suerte, y se le atribuía el poder, según su color, de atraer oro o plata a la casa que habitaba. En el mundo hindú el gato simbolizaba la paz espiritual del asceta, y su aparente indiferencia al aspecto inmediato de las cosas no era mas que el signo de una sabiduría superior. Igual aprecio sentían por el gato los romanos, para los cuales simbolizaba la función guerrera. Para los germanos el gato negro simbolizaba la libertad, y lo pintaban sobre sus banderas plateadas. Los celtas y judíos pensaban que los ojos del gato veían lo sobrenatural. Incluso Mahoma sentía gran aprecio por el gato y, según una leyenda, el fue el que le confirió su eterno equilibrio.
Fue sólo luego del año mil después de Cristo, que las clases eclesiásticas afirmaron la doctrina oficial del gato como compañero maldito de las brujas, concepto que prevaleció hasta el Siglo de las Luces. Ello se debía a dos razones: la voluntad de exterminar vestigios paganos que aún permanecían enraizados en la cultura popular, y la feroz determinación de eliminar sectas heréticas y dualistas que eran consideradas como una anti-Iglesia.
Es así como en el año 961 el Conde de Flandes Balduino III, implantó la ceremonia del Kattestoet, donde dos gatos eran arrojados vivos de lo alto de las torres del castillo de Korte-Mers y se estrellaban contra el suelo en medio del griterío del pueblo, encabezado por las autoridades civiles y religiosas. La ceremonia se realizó sin interrupción hasta 1578, año en que fue abolida por la Iglesia Calvinista, que veían en ella una mantención hipócrita del rito pagano de la renovación periódica: derramar sangre de inocentes.
En el año 1233 el Papa Gregorio IX a través de su bula Vox in Rama consagra el carácter demoniaco del gato, ya que se aceptaba como verdad que el demonio se encarnaba ante sus seguidores en forma de un enorme gato negro. Fue en la ciudad de Metz en el siglo XIII donde comenzó la tradición, a instancias del celebre inquisidor Conrado de Marburgo, de arrojar trece gatos (el numero del diablo) a una gran hoguera colocada en la Plaza Mayor. Estas fiestas permanecieron mas o menos así hasta el siglo XVII.
Se decía también que las brujas podían metamorfosearse en gatos nueve veces en su vida (el triple numero de la Trinidad) y así ejercer sus maleficios impunemente.
Sin embargo y como vimos en el caso de Valparaíso finalmente el pueblo fue recuperando el principio de ambivalencia que el animismo confería a las potencias mágicas, es decir, el gato podía proporcionar tanto remedios como maleficios. Tanto es así que comenzaron en el Siglo XIX a verse practicas como la de emparedar un gato vivo en los cimientos de las casas para protegerlas de la mala suerte.
Los cuentos infantiles de La Fontaine y Perrault y su efectividad como caza ratones hicieron el resto, permitiendo la reconciliación definitiva del gato con el hombre.
En el antiguo Egipto el gato recibía el nombre de "Mau" palabra que también significaba Ojo, incluso era adorado en la figura de la diosa Bastet, la gata. Según el testimonio de Heródoto, las fiestas anuales de Bastet tenían lugar en Mayo en el gran templo de Bubastis, situado en el delta del Nilo. Esta fiesta atraía a miles de fieles llegados de las regiones más lejanas. La gente se emborrachaba de música y vino entregándose a desenfrenos sexuales. El sentido de la fiesta es claro: se trataba del rito de renovación periódica del mundo, la victoria de la vida sobre la muerte, de la primavera sobre el invierno. Es así como el gato pasa de ser un elemento ordenador del mundo (Bastet encarnaba la benevolencia divina), a una representación agraria de tipo orgiástico. Esto nos puede explicar algo de la hostilidad que posteriormente el cristianismo demostraría frente a este pequeño felino.
A diferencia de Occidente, Oriente siempre consideró benéfico al gato. En Indonesia o Camboya, se sumergía al gato en charcas para apremiar a los dioses a que enviaran agua para los sembrados. En China se enterraba a los gatos muertos en el campo para garantizar buenas cosechas, y se le respetaba como cazador de roedores perjudiciales. En el Oriente era considerado además como un signo de suerte, y se le atribuía el poder, según su color, de atraer oro o plata a la casa que habitaba. En el mundo hindú el gato simbolizaba la paz espiritual del asceta, y su aparente indiferencia al aspecto inmediato de las cosas no era mas que el signo de una sabiduría superior. Igual aprecio sentían por el gato los romanos, para los cuales simbolizaba la función guerrera. Para los germanos el gato negro simbolizaba la libertad, y lo pintaban sobre sus banderas plateadas. Los celtas y judíos pensaban que los ojos del gato veían lo sobrenatural. Incluso Mahoma sentía gran aprecio por el gato y, según una leyenda, el fue el que le confirió su eterno equilibrio.
Fue sólo luego del año mil después de Cristo, que las clases eclesiásticas afirmaron la doctrina oficial del gato como compañero maldito de las brujas, concepto que prevaleció hasta el Siglo de las Luces. Ello se debía a dos razones: la voluntad de exterminar vestigios paganos que aún permanecían enraizados en la cultura popular, y la feroz determinación de eliminar sectas heréticas y dualistas que eran consideradas como una anti-Iglesia.
Es así como en el año 961 el Conde de Flandes Balduino III, implantó la ceremonia del Kattestoet, donde dos gatos eran arrojados vivos de lo alto de las torres del castillo de Korte-Mers y se estrellaban contra el suelo en medio del griterío del pueblo, encabezado por las autoridades civiles y religiosas. La ceremonia se realizó sin interrupción hasta 1578, año en que fue abolida por la Iglesia Calvinista, que veían en ella una mantención hipócrita del rito pagano de la renovación periódica: derramar sangre de inocentes.
En el año 1233 el Papa Gregorio IX a través de su bula Vox in Rama consagra el carácter demoniaco del gato, ya que se aceptaba como verdad que el demonio se encarnaba ante sus seguidores en forma de un enorme gato negro. Fue en la ciudad de Metz en el siglo XIII donde comenzó la tradición, a instancias del celebre inquisidor Conrado de Marburgo, de arrojar trece gatos (el numero del diablo) a una gran hoguera colocada en la Plaza Mayor. Estas fiestas permanecieron mas o menos así hasta el siglo XVII.
Se decía también que las brujas podían metamorfosearse en gatos nueve veces en su vida (el triple numero de la Trinidad) y así ejercer sus maleficios impunemente.
Sin embargo y como vimos en el caso de Valparaíso finalmente el pueblo fue recuperando el principio de ambivalencia que el animismo confería a las potencias mágicas, es decir, el gato podía proporcionar tanto remedios como maleficios. Tanto es así que comenzaron en el Siglo XIX a verse practicas como la de emparedar un gato vivo en los cimientos de las casas para protegerlas de la mala suerte.
Los cuentos infantiles de La Fontaine y Perrault y su efectividad como caza ratones hicieron el resto, permitiendo la reconciliación definitiva del gato con el hombre.
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