lunes, 25 de junio de 2007

Cielo e Infierno (por César)

Sigo pegado con el tema del Mundo Perfecto.
Como aporte al debate, les entrego unas "breves" definiciones de qué es el Cielo y qué es el Infierno según distintas religiones y místicos.
Según el catecismo de la Iglesia Católica el Cielo es el conjunto de todos los bienes sin mezcla de mal alguno.
«La Iglesia ha definido como dogma de fe la existencia y eternidad de cielo» (999 catecismo).
«El cielo es primordialmente un "estado". Es un modo de existir. El espacio es para las cosas materiales. Los espíritus, para existir, no necesitan de un lugar. Pero es necesario además suponer que el cielo se halla localizado en algún "lugar" aunque no sepamos decir dónde está. No hay más solución que decir, que, de uno u otro modo, el cielo es un lugar de gloria» (1000 catecismo). La imagen que la persona común y corriente tiene del cielo es la de un lugar exclusivo, un parque, a veces amurallado, donde seremos jóvenes y felices para siempre, con nuestros seres queridos realizando actividades de ocio creativo ad infinitum y adorando al Señor.
Infierno, del latín tardío infer, infernus "inferior", "que está debajo", por la localización que se le atribuye. En inglés: hell, en francés: enfer, en alemán: hölle, en italiano: inferno, en portugués: inferno. Genéricamente, en su acepción más antigua, el lugar reservado a los muertos; propiamente, según la concepción de la Iglesia cristiana, que afirmó oficialmente su existencia en el concilio del año 547, lugar donde reside el Diablo, lugar donde penan los pecados las almas de los humanos, recibiendo un castigo eterno. Este lugar es el más apartado de Dios. El infierno es un lugar de tormento eterno. La mayoría de los cristianos lo ve como un lugar de fuego, un horno rugiendo o un montón de basura ardiente dónde el condenado sufrirá los tormentos perpetuos sin alivio. Es que, vigilante, Satanás también es su prisionero principal. Dante habla del lugar como teniendo nueve círculos (incluso el Limbo). Los cristianos difieren sobre quién irá al Infierno. Los teólogos defienden que cualquiera que es verdaderamente penitente y se entrega a Dios lo evitará. La mayoría de ellos, sin embargo, excluye a los mentalmente enfermos.
Parece que infiernos hay muchos, y que todos son bastante inhabitables. El Infierno como tal es cristiano (e imagino que aparece con ese nombre a partir de la Vulgata), antes tenemos el Hades, lugar más bien soso al que iban todos los muertos y sólo unos cuantos recibían castigos. Como el de Sísifo -que es lo más parecido a ser mozo, cuando tienes la bandeja toda limpia y entran 32 clientes pidiendo café. Luego tenemos la Gehenna judía, que parece que en un principio era parecido al Hades y luego se fue demonizando, pero el Infierno como tal, con sus demonios con cuernos, sus fuegos, sus castigos y perrerías parece que es algo bien cristiano, por aquello de los pecados, vaya.
Según el padre Benito Remigio Noydens en su Práctica de Exorcistas y Ministros de la Iglesia (Valencia, 1711):
Es el Infierno una república sumamente desordenada, llena de horror, y confusión: Vbi nullus ordo, Sed Sempiternus horror inhabitat. Sus moradores no saben, qué es caridad, y amor, y crece cada día su impiedad, y tiranía.
Para los antiguos mayas, existían nueve mundos subterráneos, presididos por los Bolon ti ku. El último, el infierno en sí, llamado Mitlan, estaba regentado por Ah Puch (o Hunhau). Para los aztecas del antiguo Méjico, el infierno, el último de los mundos inferiores, era llamado Mictlán, y estaba regentado por el dios Mictlantecuhtli y por su esposa, Mictlecacihuatl. En la religión musulmana, el infierno cuenta con siete puertas, que van a parar a siete recintos o a siete infiernos bien diferenciados. Sus nombres son éstos: Gehennem, Ladha, Holiham, Sair, Sacar, Géhin y Haoviat. En el Libro de la escala de Mahoma (siglo XIII), según la versión latina de Buenaventura de Siena, el infierno fue creado por Dios de la manera siguente:
"...cuando el infierno fue creado al principio, Dios hizo prender fuego sobre él durante setenta mil años, hasta que todo el infierno, en su totalidad, estuviera al rojo vivo. A continuación, sobre este fuego prendió otro durante el mismo tiempo, hasta que todo él se hizo blanco. Sobre este fuego prendió otro más durante setenta mil años, de modo que quedó todo totalmente negro y más tenebroso que nunca. Es un fuego que siempre permanece ardiendo intensamente en sí mismo, y de modo admirable no produce llama alguna". (Capítulo XI).
Para la Cábala judía, hay siete infiernos, gobernados por Samael y su acompañante femenina Eisheth Zenumim. En la mitología japonesa, el infierno recibe tres nombres: Yomi-tsu-Kumi ("el País de las tinieblas"), Soko-no-Kumi ("el País profundo") y Ne-no-Kumi ("el País de las raíces").
En la religión zoroástrica el infierno es el lugar a donde van a parar las almas de los difuntos pecadores después del Juicio en el Cinvat o "Puente de la Retribución". En esta doctrina, el alma del difunto rodea al cuerpo por el espacio de tres días y tres noches, en ese tiempo sufre todo tipo de vejaciones de la mano de numerosos demonios, que le atormentan recordándándole todos sus pecados y debilidades cometidos en vida; al cuarto día, se celebra el jucio, gobernado por Rashn, que juzga si debe ascender al cielo o bajar al infierno. Si el peso de los pecados es superior al de las buenas acciones, deberá permanecer en él hasta el día del juicio final, fecha en la que todos los cuerpos resucitarán y se unirán con sus almas, todos los hombres quedarán limpios y entrarán en el Paraíso. Así, el condenado, deberá, tras pasar el Puente de la Retribución, caminar un paso para cruzar el infierno de los malos pensamientos; un segundo paso le hará cruzar el infierno de las malas palabras; un tercero, el infierno de las malas acciones; para, en un cuarto paso, llegar tambaleante ante la presencia del maldito Espíritu Destructivo y de todos los demás demonios, la morada de Ahriman. Allí, el condenado sufrirá todo tipo de castigos y tormentos, entre los que destacan los alimentos podridos y sangrientos que los demonios le sirven con agrado: ponzoñas, venenos, culebras, escorpiones, toda la suerte de reptiles dañinos que pululan en el infierno, etc. Los mazdeístas aclaran que los condenados, tras sufrir los tres días y tres noches en el infierno (que parece que son nueve mil años) entonan una oración, y si a Ormuz le convence la súplica, les perdona y les elimina del sufrimiento liberándolos del infierno.
En ciertos cultos brahmánicos, el infierno es llamado Antantap. En el Japón, es llamado Tsigofaka. Los chamanes de la estepa lo denominan Mang Taar. Los antiguos eslavos lo conocían como pekla.
A lo largo de la historia, el infierno se ha situado en variados lugares. En la mitología de la antigua Grecia, el infierno se halla bajo tierra, al que se accede a través de una caverna que hay cerca de Heraclea, en el Ponto, por la que Hércules bajó a los infiernos. Cruzada esta caverna se llega a una serie de ríos intraterrenos (Aqueronte, Flegetonte y Cocito). Platón verificó esta idea, que se desarrolló durante todo el periodo helenístico. Heráclides de Ponto (n. 388-375 a. de C.), un discípulo de Platón, dispuso el lugar del infierno en el cielo. Plutarco de Queronea (45-125 d. de C.), lo coloca en dos lugares: como según escribe Homero, en el país de los cimerianos, al Norte del Ponto Euxino y en el espacio sublunar, esta última, tendencia que se repite en la obra de Filón de Alejandría (15 a. de C.-50 d. de C.), en el Libro de Enoc y en los Testamentos de los Doce Patriarcas.
San Agustín (Tagaste de Numidia, 354-430), en La Ciudad de Dios, nos dice que ningún hombre puede saber en dónde se encuentra el Infierno si Dios no se lo ha revelado. Alberico de las Tres Fuentes (s. XIII) encuentra la entrada al Infierno en el volcán Etna. En la tradición irlandesa, es el pozo de san Patricio. Los antiguos islandeses lo localizaban en su misma isla, en el interior del monte Hekla. Para ellos, el infierno era un terrible lugar en el que los condenados sufrían penas máximas eternas en cavernas donde hacía un frío inaguantable o un sofocante calor.

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